El Espacio Efemérides se renueva con esta última propuesta en pequeño formato. Una plataforma de difusión del patrimonio tecnológico y archivo histórico de Telefónica, un fondo de gran valor conformado por objetos, documentos y audiovisuales imprescindibles para entender la tecnología de las comunicaciones del siglo XX, que aporta información sobre el contexto social del siglo pasado.
Esta muestra es un homenaje a ese “otro modo” de hacer las cosas. Y dejar una huella completamente nueva, distinta en el mundo. No es esta una exposición exactamente sobre la vida del gran Gila, ni pretende ser un repaso exhaustivo de sus actuaciones, sus viajes, sus relaciones. Nos hemos querido centrar en su ingente obra, y en cómo innovó en los diferentes ámbitos profesionales en los que estuvo involucrado. Y es que Gila era capaz de imprimir un sello de novedad en todo aquello que emprendía.
Gila innovador del humor
Miguel Gila Cuesta (Madrid, 1919-Barcelona, 2001) fue, entre otras cosas, humorista, actor y dibujante de viñetas. De origen humilde, él mismo contaba que no había tenido acceso a la cultura de niño y eso le provocó un ansia voraz de conocimiento, de aprender, de leer, incluso ya cumplidos los cincuenta años se matriculó en facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Antes de actuar en los escenarios que le dieron la fama, Gila ya era conocido por sus intervenciones en la radio. En este medio vieron la luz sus programas de humor y también de crítica, como la Vieja Chismosa o los dirigidos a los niños como Radio Cocoliche. Además radia partidos de fútbol y obras de teatro que visitan Zamora, la ciudad en la que comenzó en la radio y pone aquellos discos dedicados de los que quizá ya pocos se acuerdan.
Sus programas de humor tienen un gran éxito, se trata de un humor nuevo que el público aplaude y Gila empieza a pensar en nuevos horizontes.
El humor gráfico
La importancia de la obra gráfica de Gila ha quedado en cierto modo eclipsada por su enorme popularidad como monologuista, y sin embargo, constituye otra de sus grandes aportaciones a la historia del humor. Como él mismo contaba, lo que más le gustaba era el humor gráfico.
Desde pequeño demostró una gran habilidad para dibujar. Llenaba de dibujos los sitios más insospechados. Su habilidad le llevó a estudiar dibujo en la Escuela de Artes y Oficios, animado por su abuelo y su tío.
En 1940 publicó su primera viñeta en una revista llamada Domingo, después le siguieron publicaciones como Imperio, Flechas y Pelayos y el semanario Cucú. Pero su gran oportunidad llegó con su trabajo en La Codorniz, un semanario de humor de gran prestigio en la época y el vehículo a través del cual empezó a ser conocido. Más tarde publicó en otra gran revista de la época, Hermano Lobo. En su periplo americano, fundó la revista La Gallina y en España junto con otros humoristas, D. José.
Sus viñetas de personajes de grandes narices entremezclan el humor con la crítica, en ocasiones a través de mensajes sutiles, en otras brutales y directos, en los que la sorpresa golpea en forma de un humor descarnado y repleto de denuncia. La inspiración le venía, según sus palabras, de aquello que veía a diario en la calle: niños, borricos, señoras con sombrero, señoras sin sombrero, ancianos, mendigos…
"Que sea la última vez que naces solo"
La actividad humorística de Gila, por la que el gran público le conoce y le identifica son sus monólogos. Relatos del absurdo en los que Gila “contaba cosas” como él decía y quienes le escuchaban reían ante las ocurrencias de aquel personaje que a veces aparecía vestido de soldado o con boina y casi siempre con una camisa roja y con un compañero inseparable: un teléfono. Estos monólogos supusieron un hito de innovación en el humor.
Según Gila, el germen de sus actuaciones se encontraba ya en las actuaciones que improvisaba para entretener a sus hermanos pequeños. Pero la primera vez que subió a un escenario fue en 1950, en un espectáculo organizado por Radio Zamora, viendo el éxito que obtenía, comenzó a pensar que quizá ahí estaba el futuro que buscaba.
Un año más tarde y después de no pocos sacrificios, Gila actuará en Madrid. Hay varias versiones sobre su debut, lo que se sabe a ciencia cierta es que ocurrió en el teatro Fontalba en 1951 y que Gila, vestido de soldado del 14, salió al escenario por la concha del apuntador, preguntando si aquella era la salida del metro de Goya. Aunque el éxito fue rotundo, tuvo que esperar a una segunda actuación improvisada, esta vez en la sala de fiestas Pavillón, para conseguir el contrato soñado y el despegue definitivo de su carrera en los escenarios.
Su primer repertorio constaba de tres monólogos: el de la guerra, uno el que contaba sus experiencias como gánster en Chicago en la banda de Al Capone y el más novedoso y surrealista, la historia de su vida: “Cuando yo nací, mi madre no estaba en casa”. Fue el comienzo de un humor nuevo y genial.
La lógica del disparate
Precursor, innovador, genio. Muchos adjetivos de este tipo se han aplicado a Gila y a su humor. Sus monólogos son sorprendentes, el público se enfrenta a ellos entre la incredulidad, la risa y el asombro.
“Me habéis matao al hijo, pero me he reído…” o “cuando yo nací, mi madre no estaba en casa”. Hizo creíble el absurdo, el humor del disparate. Pero como él mismo puntualizaba, ese disparate debía tener cierta lógica, había que hacer creíble la locura, ese era el único límite que había que ponerse a la hora de escribir.
Había nacido un humor nuevo que se movía en el límite de la realidad y el absurdo. Pero en sus monólogos también despuntaba la crítica, contra la pobreza, la desigualdad, el maltrato animal o, por supuesto, contra la guerra. Ésta se nos refleja absurda y ridícula. Como dijo el propio Gila: “dispara contra la guerra” contra quienes la provocan, “armado con la ironía y la burla”, reflejando su sinsentido.
El teléfono fue el gran hallazgo
Puede parecer mentira, pero Gila no siempre hizo sus monólogos con un teléfono como compañero. En un principio actuaba solo, de pie delante de un micrófono, pero él mismo reconocía que le resultaba incómodo ese modo estático de interpretar los monólogos. Tuvo alguna que otra pareja artística de la talla de Tony Leblanc o Mary Santpere, pero no le acababa de convencer. Gila en realidad se veía actuando solo, sabía lo complicado que podía ser mantener una pareja artística. Sin embargo, también necesitaba que “alguien” le diera la réplica para romper aquel hieratismo que tanto le disgustaba.
Después de muchas vueltas, finalmente surgió la idea del teléfono, un compañero silencioso que le permitió enriquecer y llenar de matices sus monólogos. Basándose en las llamadas, no solo reescribió los que ya tenía en su repertorio, sino que pudo crear otros muchos, “simplemente” marcando un número y comenzando una conversación que podía derivar en cualquier situación absurda que provocaba la carcajada del espectador. Además el hecho de simular una conversación, le permitía resolver qué hacer mientras el público reía. Gila simulaba entonces escuchar atentamente aquello que le decían desde el otro lado de la línea.
Gila había revolucionado el humor con sus monólogos del absurdo y ahora, volvía a dar un nueva vuelta de tuerca al innovarlo en su forma con este peculiar compañero de escenario. El teléfono fue el gran hallazgo, reconocía Gila en sus memorias.
Algo más que monólogos
No sorprenderá leer que Gila también era escritor. Es lógico puesto que él escribía sus propios monólogos. Pero va más allá. Gila fue autor teatral en obras como “Tengo momia formal”, “Abierto por defunción”, “Yo encogí la libertad”… y otras muchas que recorrieron los escenarios, tanto para su propia compañía como para otras.
También existe lo que podríamos llamar un Gila “serio”. Su obra teatral ‘La Pirueta’ estrenada en Barcelona y escrita con su mujer, Dolores Cabo, causó una honda impresión al ser una obra desasosegante, desilusionante, tan lejana a su humor del absurdo.
Y queda un Gila poeta. Algo más de un año antes de morir, Gila anunció su intención de publicar sus poemas, aquellos que llevaba escribiendo toda su vida y que en raras ocasiones enseñaba. Este proyecto, de nombre “Chapuzas”, lamentablemente no llegó a llevarse a cabo.
Gila en la publicidad
En sus monólogos podemos descubrir obviamente al Gila actor. Y es que llegó a trabajar en 35 películas, bien como uno de los actores protagonistas, bien como “secundario” de lujo.
Sin embargo, otra de sus aportaciones relevantes fue en el mundo de la publicidad. Anunció pasta de dientes Profidén y protagonizó toda una serie de anuncios para Filomatic.
Luis Bassat, encargado de la publicidad de Filomatic, le propuso hacer una campaña de la marca para televisión. Gila colaboró activamente y planteó diversas ideas que supusieron toda una innovación en el ámbito de la publicidad de la época. El propio Bassat diría que había aprendido creatividad publicitaria de Gila. Suya fue la idea de hacer varios spots distintos para mantener la atención del público y también la de terminarlos con una frase que el público recordase. La campaña se convirtió en un éxito, los anuncios protagonizados por Gila fueron determinantes en la popularidad de la marca.
Otro hito en la publicidad fueron los anuncios, también para televisión, de Agni una marca de electrodomésticos. Gila los resolvió utilizando sus famosos dibujos y de nuevo la coletilla ideada para terminar los anuncios se hizo famosa: “Moraleja, compre una Agni y tire la vieja”.