Hoy se cumplen 200 años de uno de los momentos culminantes en la historia de la música: el 7 de mayo de 1824 se estrenó en el Theater am Kärntnertor (Teatro de la Puerta de Carintia), de Viena, la Novena Sinfonía de Beethoven.
La obra maestra fue interpretada en millones de ocasiones, sus diversos movimientos, utilizados de mil maneras, forma parte del canon de la música clásica, está rodeada de leyendas, anécdotas y su influencia no solo musical, sino social, es inabarcable. Su partitura, manuscrita, fue la primera obra musical inscrita en el Registro de la Memoria del Mundo por la UNESCO. Es, ligeramente modificada, el himno europeo desde 1985 y tuvo larga tradición en el mundo olímpico.
Es innecesario decir que cuando se le encargó a Beethoven la composición de esta Sinfonía, en 1817 por la Sociedad Filarmónica de Londres, Ludwig van Beethoven era ya un músico de gran reputación. La obra tiene, con lógica, influencia de otras de sus composiciones y tardó más o menos un año y medio en finalizarla (de 1822 a 1824). Beethoven había nacido en Bonn (que luego sería capital de una Alemania entonces inexistente) pero había conquistado una Viena que en aquel momento era la capital musical de Europa. Aunque en un primer momento quiso estrenar su obra en Berlín, acabó accediendo a las peticiones de sus admiradores vieneses. Andando el tiempo el cineasta Billy Wilder diría “Austria ha convencido al mundo de que Hitler era alemán y Beethoven austriaco, pero es al revés“.
La obra dura aproximadamente 70 minutos y consta de cuatro movimientos, que pasa con bellísimas transiciones de la solemnidad a la ligereza y que incorpora partes instrumentales y cantables, siendo estas una versión de la Oda a la Alegría del poeta Schiller en el cuarto movimiento, y que la instrumentación necesaria es amplísima. Y que fue elegida como símbolo del Movimiento Romántico, que ‘liberó’ el arte europeo a todos los niveles de las formas clásicas y académicas.
El estreno de la obra ya es, en sí, legendario. Hubo de reunirse a la mayor orquesta jamás vista en Viena. Se anunció la dirección de Beethoven aunque, como para entonces ya estaba completamente sordo, el director real fue el Kappelmeister Michael Umlauf: los músicos sólo hacían caso a su dirección aunque Beethoven estaba a su lado y gesticulaba marcando los tiempos de ejecución de una música que seguía en la partitura pero que no podía oír. Era la primera actuación pública, además, del maestro desde 1812 por lo que el estreno fue un acontecimiento al que no faltó el mismísimo Príncipe Metternich, el ‘gobernador de Europa’ en la época.
Y la ‘première’ fue un enorme éxito. La interpretación fue varias veces interrumpida por los asistentes con vítores y aplausos. Los músicos y cantantes indicaban a Beethoven que se volviese al público para ver los gestos ya que no podía oír las ovaciones.
Beethoven murió tres años después, y cuenta la leyenda que muchos compositores tras él no quisieron componer sinfonías más allá de la octava por miedo a un ‘maleficio‘. Es otra leyenda –si non e vero e ben trovatto– que Beethoven había dicho que el primer movimiento describía a la muerte llamando a su puerta. Sólo Shostakovich llegó a la décima. Mahler escribió una novena pero no se atrevió a darla tal nombre. Dvorak y Bruckner también escribieron Novenas. La verdad es que no es fácil alcanzar tal número. Mozart llegó a las 41 pero es que era Mozart, compuso la primera a los ocho años y en su tiempo eran más ‘sencillas’.
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