Como sociedad mediterránea que era y es, el olivo desempeña en el Islam un papel económico, social y simbólico de gran relevancia, acorde al que tiene en otras tradiciones sagradas. Por su condición de árbol totémico, su significación tiene en el Corán un capítulo digno de ser tenido valorado. En el texto sagrado se produce una asociación indirecta entre una suerte de Paraíso y los “huertos plantados de vides y los olivos y los granados, parecidos y diferentes”, sin olvidar que el olivo figura siempre en esas relaciones de alimentos imprescindibles junto con los cereales, los dátiles de las palmeras y las vides y aún más, la alusión directa al denominado “olivo bendito”, que no es de oriente, mi de occidente, y cuyo aceite casi alumbra aún sin haber sido tocado por el fuego.
Todo ello no es más que un reflejo, bastante evidente e intenso por tratarse del Libro Sagrado del Islam, de esa vinculación histórica entre árbol y civilización. Hay algún otro episodio en otro tipo de fuentes históricas que arrojan luz sobre esa conexión. Por ejemplo, la explicación que da al Zuhri sobre el prodigio de “los olivos de Roma (al zaytun fi Ruma), en la que incluye una inexcusable referencia a la exportación del ese aceite milagroso, “a todas las regiones, a Armenia, a Constantinopla y a otros países de los cristianos (rum). Aquellos pájaros no cesaron de llevar aceitunas cada año hasta el califato de Abd al Rahmán ibn Mu´awiya, señor de al Zahra en Córdoba, que hizo desaparecer aquel encantamiento y los árboles que ahora quedan ya han perdido su poder de atracción”. Dejando a un lado la componente taumatúrgica del hecho en sí y la confusión del autor entre Abd al Rahman al Dajil (I) y III, en este texto se atisba, aunque envuelta en argumentos de otro orden, la condición de al Ándalus como notorio país protagonista en la exportación de aceite, circunstancia que se deriva de aquel hecho milagroso.
Sin embargo, esos aspectos simbólicos, con ser significativos, no son fáciles de insertar en un discurso histórico en el que tenga cierta cabida las dimensiones de la producción y los flujos comerciales de importación-exportación del aceite como producto de primera necesidad. Por desgracia, carecemos para estas fechas de una fuente arqueológica como la que representa para la arqueología del aceite en el mundo romano la del Monte Testaccio de Roma, por lo que hemos de contentarnos con otra información, no tan prolija ni precisa.
EL OLIVO DESEMPEÑA EN EL ISLAM ANDALAUSÍ UN PAPEL ECONÓMICO, SOCIAL Y SIMBÓLICO DE GRAN RELEVANCIA ACORDE AL QUE TIENE EN OTRAS TRADICIONES SAGRADAS
El conjunto de tratados agronómicos, fundamentalmente los andalusíes, dan una perspectiva mucho más directa y cercana sobre el cultivo del olivo, con alguna implicación socio-económica e histórica de significación. No obstante, la propia naturaleza de estos textos dificulta la concurrencia de indicios que nos permitan afinar n los aspectos comerciales y de producción.
En Al Ándalus hubieron de coexistir dos “tradiciones” olivareras, según se deriva dl hecho de que los almerienses Ibn Luyyun o al Arbuli se refieran al olivo con cierta parquedad, lo que contrasta con as frecuentes referencias que de él dan los sevillanos Ibn al Hayya, Ibn al Awwam o Abu I Jayr al Isbili. Lo cierto es que sobre todo lo que encontramos son dos niveles de producción muy diferentes: la del Valle del Guadalquivir, y particularmente determinadas comarcas como la del Aljarafe o los campos de Jaén (Jódar era considerada como Gadir al Zayt, “la poza del aceite” de Al Ándalus), y la del resto del país, donde la presencia del cultivo no era tan abrumadora.
Por lo demás, difícilmente se pueden encontrar unos cuantos retazos de contenido plenamente históricos en estos tratados agronómicos; prolongadas sequías en la Península Ibérica provocaron, por ejemplo, la importación de olivos de Ifriqiya a al Ándalus en alguna ocasión, donde se replantaron (el libro de agricultura de Ibn al Awam). Por lo que respecta a las fuentes geográficas y a las crónicas históricas, de nuevo las alusiones son más bien de carácter general, si bien permiten especificar las áreas de máxima producción de aceite, siempre, eso sí a través de distintas anécdotas. Su sola ausencia provocaba alguna que otra mención, refrendada en algún caso por otras evidencias.
La proverbial escasez de olivos en determinadas regiones del mundo musulmán a lo largo del Medievo se explica por la dificultad que supone su mantenimiento. Al ser “un acebuche corregido y pulimentado, un árbol ficticio y artificial, con tendencia manifiesta a degenerar y a volver a su punto de partida”, el árbol precisa de unos cuidados intensivos y una inversión destacada en tiempo y en trabajo que no siempre se está en condiciones de aportar. La existencia de una tradición en su cultivo es otro elemento que, sin duda, hay que considerar.
LA ESCASEZ DE OLIVOS EN DETERMINADAS REGIONES DEL MUNDO MUSULMÁN EN EL MEDIEVO SE EXPLICA POR LA DIFICULTAD DE SU MANTENIMIENTO
En todo caso, las carencias de un producto tan presente en los hábitos alimentarios del mundo musulmán obligaban a establecer densas redes comerciales para suplirlas. De esos flujos dan debida cuenta esos compiladores documentales: nos detendremos en los pasajes en los que al Zuhri detalla la divulgación del zayt andalusí, interesándonos muy particularmente el caso de Egipto por las posibilidades que arroja la arqueología y el manejo de la documentación.
Se repite con insistencia que el valle del río Nilo era región deficitaria en aceite de oliva, por cuanto el olivo estaba “casi totalmente ausente” del paisaje, a pesar de que el aceite “era un ingrediente vital en la alimentación cotidiana de la población, al tiempo que proveía también de alumbrado de primera calidad”. La denominación del aceite rikabi (aceite de transporte o de carga) se debe a su condición de aceite viajero, transportado desde al Sam a lomos de camellos y llamados por los bagdadíes “zayd filistini”. Los hallazgos arqueológicos de Fustat (numerosas estampillas en vidrio que incluyen referencias a medidas de aceite), muestran hasta qué extremo el aceite estaba presente en la vida cotidiana del Egipto medieval, pues a sus aplicaciones culinarias y de fuente lumínica se unen las farmacológicas y médicas.
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