Corría el año 1877 cuando Dn. Rafael López de Heredia y Landeta, conocedor y buen alumno de los negociantes franceses tras sufrir en tierras galas la enfermedad de la filoxera en las viñas, decide seguir los pasos de sus mentores, planificando así un proyecto innovador en la época, siendo el vino el máximo exponente.
En la mítica ciudad de Haro, capital de La Rioja Alta, tal vez donde mejor se produce la extraordinaria suma de coincidencias entre la bondad del clima y severidad de la tierra, se encuentran las Bodegas López de Heredia, las más antiguas de Haro y una de las tres primeras de La Rioja.
Don
Rafael López de Heredia y Landeta, actual bisabuelo de la generación que dirige una de las bodegas más carismáticas de la vitivinicultura y de la elaboración de caldos llenos de personalidad, carácter y profunda armonía. Sabio y meticuloso, el fundador quiso dar un merecido homenaje a la cultura del vino que por aquellos años se empezó a forjar. Los franceses, venidos a la Rioja para solucionar los problemas causados por la filoxera en sus viñedos, fueron los promotores que otorgaron la chispa necesaria para que Dn. Rafael abriera las puertas a su catedral del vino.
En las dos primeras décadas del siglo XX, Don Rafael llevó a cabo una de las obras de arte más exquisitas de Haro, ciudad no solo regada por las aguas del Ebro. 100 hectáreas de las variedades de uva más codiciadas de La Rioja, mejora de sus instalaciones bodegueras; un santuario que dio a luz a
Viña Tondonia, el origen del vino más exclusivo de la bodega. Con el paso del tiempo, fuerzas como el cariño, la tierra, el tesón y el esfuerzo por querer conseguir la máxima perfección y expresión de vinos con carácter, López de Heredia se ha erigido hacia la cúspide de su catedral vinícola con
Viña Cubillo, Viña Bosconia y
Viña Zaconia, viñedos enmarcados igualmente que la primera originaria en la zona alta de La Rioja. Con más de 170 hectáreas en la actualidad, la bodega, con calados de más de 200 metros de longitud y más de 10 metros de profundidad repletos de barricas bordelesas, se consolida como la más antigua de Haro, que además, en cuyo corazón latente se ubica el centenario cementerio de botellas arropado por una de las cepas que dio origen a este ambicioso proyecto.
Fruto de la pasión, ambición... Un lugar donde la historia hace una pausa en el tiempo para revivir las cariñosas manos que fundaron la catedral de Haro, la bodega hecha santuario con nombre propio.
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