En la guerra vivió en Castellón y una vez acabada la contienda regresó a la capital donde antes de torero fue toro. Su cuñado Paco Parejo, el mayoral de la Monumental madrileña, le dejaba pasar su tiempo en el patio de caballos, las cuadras y los corrales. Con las manos levantadas y los índices tiesos a puño cerrado pasaba de un lado a otro acompañando las muletas de diestros como Agustín Parra “Parrita”, Paquito Muñoz y Manolo Navarro. Así les servía de entreno.
Allí pasó su infancia y fue testigo de la grandeza del toreo de los años 40. La primera vez que se vistió de luces fue en 1946. Como los contemporáneos de la época, se forjó en capeas de pueblo y pasó su época de novillero entre 1949 y 1952. El 8 de marzo de 1953 tomó la alternativa en la propia Castellón, apadrinado por Julio Aparicio, y la confirmó en Madrid, el 13 de mayo del mismo año, de la mano de su gran admiración, Rafael Ortega.
Después de su vida de torero se forjó como locutor en televisión en las retransmisiones taurinas. Natural después de recorrer un camino con más de cuarenta años de tauromaquia a las espaldas. Su experiencia le avalaba. Entre 1953 y 1975 tuvo su primer periodo como matador de toros. El madrileño vivió altibajos, aunque un toro especial le llevaría al Olimpo. Fue en 1966 ante un astado blanco de Osborne. El nombre de ‘Atrevido’ nunca caerá en el olvido. El maestro le dio más de sesenta muletazos. Tras quedar Chenel prácticamente exhausto, consagró a “Antoñete” como icono de Las Ventas.
Después de aquella corrida estratosférica la suerte no estuvo de su parte y anunció su retirada en 1975. Se paseó por algunas plazas americanas y finalmente reapareció en Madrid el 22 de mayo de 1981, vestía de grana y oro. La gente parecía haber olvidado a aquel hombre que rompió camisas años atrás.
Su excelente conocimiento del mundo taurómaca y su capacidad para entender a los bravos le hizo volver a tocar el cielo. Entre 1981 y 1985 empezó lo que los críticos e intelectuales bautizan como su época cumbre. Otra vez en Las Ventas, se puso la chaquetilla preparada para realizar una hazaña. Esta vez el cornúpeto se llamaba ‘Cantinero’, de Garzón, y fue el 7 de junio de 1985. Los historiadores narran aquella faena como mejor que la de Osborne y además, esta vez ‘Antoñete’ tenía 50 años. Sonaron muchos otros nombres de toros que desorejó como ‘Danzarín’, también de Garzón, o ‘Siestecita’, de Torrestrella. Todos en Madrid, que se rendía a sus pies.
En 2000 participó en una corrida en la plaza Monumental de Valencia (Venezuela) a beneficio de los damnificados de la tragedia del estado Vargas de 1999 y en 2001. Le fue concedida la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Se retiró de los ruedos en 2001 con casi 70 años. Toda su vida acompañado con un traje de luces y su característica seña, un paquete de tabaco.
En el final de su vida no abandonó los toros. Se hizo comentarista de La Ser y el Canal Plus Toros donde aportaba todo su conocimiento junto a Manolo Molés. Ambos con los micrófonos aportaron los años dorados de la prensa audiovisual taurina. Su amistad se consagró dentro y fuera de los programas.
Antonio Chenel ‘Antoñete’ falleció en 2011 a los 79 años como un icono de Las Ventas, Madrid y la tauromaquia. Se le concedió en la capital la Gran Cruz de la Orden del Dos de Mayo a título póstumo y ahora la gran copa de toreros madrileña lleva su nombre, la prestigiosa Copa Chenel.
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